Sara vivió en el ghetto de Lodz desde el comienzo de la guerra, en condiciones inhumanas junto a sus padres, hasta que en 1944 fue llevada a Auschwitz por los nazis. De allí pasó a Mauthausen, para luego ser liberada en 1945. Viajó a Argentina en el año 1948 junto a su esposo, donde pudo finalmente construir una vida y criar dos hijos, su mayor sueño tras la guerra. Pero en 1977 Sara tuvo que vivir, lamentablemente, otra terrible tragedia: su hijo Daniel de 26 años, fue desaparecido junto a otros físicos nucleares del lugar en el que trabajaba. Sara nunca supo de él.
Esta sobreviviente de dos campos de concentración, una de las primeras Madres de Plaza de Mayo y por sobre todas las cosas, luchadora de la vida, nos dejó un mensaje tan claro como valioso: los jóvenes como nosotros tenemos que preguntar y enterarnos de lo que ocurrió, para preservar la memoria y buscar la justicia. “No sé odiar, no me llegó el odio. Pero una cosa sí me llegó: quiero justicia”. Sara muestra una personalidad íntegra y transmite que el odio y la venganza no son la solución, ella asegura “yo quiero la vida”.